Aún mantengo la esperanza de que tus padres reciban una llamada que les diga que tienen toda la ayuda posible para continuar el tratamiento en Pamplona

Querida Marta:  solo tienes diez años recién cumplidos. Hace dos años y medio notaste un dolor en la pierna derecha, cerca de la rodilla. «No será nada –te decían–, los dolores del crecimiento». Una sensación de bulto y pesadez se añadió al dolor. Tus padres te llevaron al médico, luego al hospital. Ese dolor sin importancia resultó ser un cáncer de hueso y de repente tu vida cambió… Ingresos en el hospital, pinchazos, pruebas, cirugía, tratamientos con quimioterapia, caída del pelo, fiebres, cansancio, más ingresos, más tratamientos…

Te quedaste bien al finalizar la primera serie de terapias, pero tuvieron que volver a operarte porque el hueso del muslo se fracturó. El verano pasado la pesadilla regresó: un tumor en la ingle derecha, una nueva biopsia y de nuevo la enfermedad…

Tienes unos padres estupendos, gente buena y humilde. Tu padre es aficionado al atletismo, tú misma has corrido con él en alguna carrera…, te encantaba dejar tu cuerpo volar y sentir la tierra bajo tus pies mientras corrías. Tu madre es la que siempre te acompaña, la que duerme contigo, la que continuamente te cuida y te da caricias suaves en tu pierna enferma. Y tu hermano mayor… ¡cómo quieres a tu hermano mayor! Él era el mimado de la familia hasta que llegó tu enfermedad. Ahora está muy triste y le cuesta mucho concentrarse en el instituto.

Tu pierna está cada vez peor; la inflamación ha ido aumentando, apenas puedes moverla ni apoyarla en el suelo. En Navidad, los dolores comenzaron a ser terribles, día y noche, intensos, agotadores. Llevas un tratamiento para el dolor, pero el alivio no es completo; la medicación te atonta, te da mareos y te deja muy dormida. Tus padres están cada vez más preocupados porque no te ven mejorar.

En el hospital te han tratado bien: los médicos, las enfermeras, los maestros, la psicóloga, los payasos… Hay un cura muy gracioso, David, que toca la guitarra y canta canciones contigo, tus padres dicen que es tu mejor psicólogo.

Estoy mirando una foto tuya en la que estás sentada en el suelo, en un parque, apoyada en una valla, con una sonrisa serena y un gorro color fucsia. Como has dado de comer a las palomas, se agolpan alrededor de tu cuerpo, se suben por tu pierna enferma como si quisieran curarla, darle alas y levantarla al vuelo.

Tus padres tienen un tremendo problema: no se rinden, quieren luchar por tu vida y por tu calidad de vida. No soportan que los miren con gestos de lástima o de pena, que les digan que «no hay nada que hacer», que «comprenden» su situación pero que solo les queda resignarse a esperar la llegada de la muerte. ¡Hasta les han sugerido que te digan que vas a morir! Tú ya conoces la muerte, no te la tienen que explicar porque morir es vivir, y tú sigues viva, como todos nosotros, y vas a morir, como todos nosotros.

En Pamplona te han visto unos doctores nuevos, muy agradables, aunque un poco serios. Te han explicado que pueden ayudarte a mejorar los dolores de tu pierna. Te han puesto unos tratamientos, te han metido en un quirófano… y lo cierto es que tienes menos dolor y necesitas tomar menos medicación; sigues floja y con pocas ganas de comer, pero al menos te sientes mejor.

Tus padres me cuentan que no les autorizan el tratamiento en Pamplona porque «no tiene evidencia científica», porque no se recoge en los protocolos habituales. La vida en sí misma tampoco tiene ninguna «evidencia científica». De hecho, la mayoría de los sucesos que dan a la vida profundidad, significado y verdadero valor son impenetrables para la ciencia. ¿No debería la ciencia reconocer sus límites y abrirse a otras opciones razonables al servicio del bienestar humano? ¿No es la Medicina algo más que una ciencia o un protocolo?

Te he regalado unas piedras de colores, te he dicho que representan el poder que te pertenece: el de la tierra, el agua, el sol, el aire, el cielo, el amor. Aún mantengo la esperanza de que tus padres reciban una llamada que les diga que tienen toda la ayuda posible para continuar el tratamiento en Pamplona mientras sea beneficioso para ti. Si no es así, no te preocupes, todos colaboraremos con tus padres, es un asunto de conciencia y de profunda humanidad al que no podemos ser impasibles. No te preocupes, Marta, velaremos por ti.


Dr.  JUAN JOSÉ VALVERDE – Oncólogo paliativo

Carta publicada en La Verdad de Murcia – 28 abril 2018